Nociones


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LOS SENTIDOS Y EL CUERPO

Para la filosofía, que los sentidos nos engañan acerca del mundo verdadero está claro desde Parménides y Platón. La sensibilidad nos mantiene encadenados en el fondo de la caverna. Pero no sólo nos engañan, también nos corrompen moralmente: apreciar los sentidos es propio de una conducta inmoral, pecaminosa. Los sentidos nos muestran cambio y pluralidad. Para eliminar el engaño de los sentidos debemos rechazar el cambio y la historia. Esto es lo que caracteriza a los filósofos: “su egipticismo, su falta de sentido histórico” (esta es su primera característica). Según ellos, lo que es no deviene; lo que deviene no es. Nietzsche, en cambio, reivindica la importancia de los sentidos para el ser humano. Lo hace en contra de las ideas del pensamiento occidental, que cargaban las tintas sobre la razón, pues afirmaban que “estos sentidos nos engañan acerca del mundo verdadero”, como así indica el texto. Sin embargo, es sobre ellos donde se fundamenta el único conocimiento válido para Nietzsche. Sólo lo que procede de los sentidos puede ser considerado ciencia, pues nos presentan la realidad con fidelidad. Así, conocimientos como la Teología o la Metafísica, que se basan en la racionalidad y que desprecian los sentidos, no pueden ser ciencia porque se alejan del mundo natural y sensible.



Al devaluar las propiedades cognoscitivas de los sentidos, Nietzsche piensa que se deslegitima también el cuerpo como elemento fundamental del ser humano. Como aparece claramente en el texto, los filósofos afirmaban “fuera del cuerpo, esa lamentable idea fija de los sentidos”. Este es un tema central en Nietzsche pues considera que el cuerpo es el centro de gravedad de la existencia del ser humano, compuesto tanto por elementos fisiológicos como teóricos, morales y valorativos. En su enfrentamiento con el pensamiento tradicional y los valores de la cultura occidental, Nietzsche pone especial interés en criticar la pretensión cristiana de separar lo espiritual (lo divino) de lo corpóreo (lo humano). Hay presencia de lo sagrado en el ser humano, pero Nietzsche lo ve tanto en profundidad como en la superficie del ser humano. Nietzsche sospecha que la filosofía hasta ahora no ha sido más que una mala comprensión del cuerpo. Esa mala comprensión ha llevado al hombre a rechazarse a sí mismo y así su vida que marcada por la decadencia (el nihilismo). El desplazamiento del centro de gravedad que Nietzsche propone desde el alma hasta el cuerpo obliga a los seres humanos a enfrentarse consigo mismos.

Nietzsche es el filósofo que más lejos ha llevado la reivindicación de la vida y el cuerpo, que van asociados tanto con “la muerte, el cambio, la vejez” como con “la procreación y el crecimiento”.



LOS “CONCEPTOS SUPREMOS” Y EL CONCEPTO “DIOS”

En el texto Nietzsche nos dice que la primera característica de los filósofos es su falta de sentido histórico. La segunda consiste en que confunden lo último con lo primero. Lo último son los conceptos metafísicos que necesariamente son posteriores a nuestra experiencia sensible. La idea de Belleza, por ejemplo, es una generalización posterior a nuestra visión de los cuerpos bellos, de las acciones bellas, etc. Sin embargo, el filósofo coloca la idea de Belleza como lo primero, es decir, como causa de los cuerpos y las acciones bellas. Esta es la esencia de la teoría de las ideas de Platón. La metafísica es el mundo al revés, el mundo invertido. Como los conceptos no tienen su origen en el mundo sensible, en lo inferior, son eternos. No están sometidos al cambio, al tiempo.

Los conceptos supremos designan las características del “mundo verdadero”: ser, sustancia, unidad, identidad, causa… Para Nietzsche estos “conceptos supremos” no designan nada real, son “el último humo de la realidad”. Son elaborados por nuestra razón para referirse a un mundo inventado por nuestro miedo ante la vida.

A través de la abstracción el ser humano puede hacerle frente al devenir. La abstracción le permite crear un orden piramidal, un mundo de leyes, subordinaciones y límites. Dios es el concepto supremo, es el ser más real, pues es perfecto, necesario y causa de sí mismo (causa sui). Los demás seres, por ser creados y tener una existencia dependiente de Dios, son contingentes. Para Nietzsche este “ens realissimun” (ente realísimo) ni existe ni puede existir, ya que la realidad que conocemos siempre es causada. No existe nada con las características de ese ser absoluto. Este concepto no es más que una ficción vacía. Dios representa lo contrario a la vida y la negación de la inocencia del hombre.

La filosofía occidental ha supuesto que la realidad sería tal como la pensamos, pero Nietzsche niega que con los conceptos aprehendamos la verdadera realidad del ser, que es devenir y cambio. Sólo a través del arte, que es creativo y efímero, podemos captar la extraordinaria realidad de las cosas.

El filósofo dogmático ha confundido lo último con lo primero (la máscara, que es como el concepto supremo, con el rostro, que es lo real) y se aferra al concepto que simplifica y momifica la visión del devenir de la realidad.



EL ARTE TRÁGICO Y LO DIONISÍACO

En El nacimiento de la tragedia se esbozan los temas fundamentales de la filosofía de Nietzsche. En ella se describe la “vida” como el fondo originario y profundo, del que surge todo lo concreto, individual y cambiante; el “arte”, como el mejor instrumento para interpretarla, en lugar de la ciencia o la filosofía, y la “intuición”, como método de comprensión de la “vida” que no puede ser captada por la razón por no ser posible una comprensión conceptual de la misma. Según Nietzsche, esta realidad vital supo ser captada por la tragedia griega, que encarnó el verdadero espíritu griego.

Nietzsche consideraba que las fuerzas originarias de la cultura griega habían sido dos fuerzas estéticas que se combaten mutuamente pero que no pueden existir la una sin la otra: lo apolíneo (Apolo, dios griego del Sol, símbolo de la mesura, la armonía y la serenidad) que representa el orden, la luz, la medida, el límite, el principio de individuación, y su contrario, lo dionisíaco (Dionisos, dios del vino, símbolo de la pasión y la sensualidad, del ansia de vivir y de la creación artística), que representa el flujo profundo de la vida misma, que rompe todas las barreras e ignora todas las limitaciones, que refleja la unidad primordial de todo por encima del principio de individuación.



Con el racionalismo socrático llega, según Nietzsche, la decadencia de la cultura griega y de la auténtica filosofía y empieza la época de la razón y del hombre teórico. El “socratismo” es el fenómeno contrapuesto a lo dionisíaco, lo que significa un predominio de la racionalidad sobre el resto de facultades: la intuición, la imaginación, la voluntad, la sensibilidad (en la doble aceptación de los sentidos y la sensibilidad artística).

Nietzsche afirma que es necesario recuperar la “visión trágica” del mundo. Ésta nos la presenta como una realidad en la que la vida y la muerte, el nacimiento y la decadencia de lo finito se entrelazan. Pero nacimiento y decadencia son sólo aspectos de una y la misma ola de la vida, “el camino hacia arriba y el camino hacia abajo son uno y el mismo”, había dicho Heráclito. A este vaivén de la vida es a lo que Nietzsche llama la “contraposición de lo apolíneo y lo dionisíaco”. Y llegar a dar a la vida misma el nombre de Dionisos, considerándola como el fondo originario del mundo.


La filosofía es para Nietzsche arte, una sabiduría trágica, una mirada que penetra en la lucha permanente y sin fin de los principios antagónicos Dionisos y Apolo. Visión de la lucha entre unidad e individualidad.


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Comprender los conceptos de apolíneo y dionisíaco no es algo fácil. Por eso os aconsejo encarecidamente que leáis estos dos breves artículos en donde se usan estos conceptos y se ponen ejemplos de dichos términos en nuestra actualidad.

AQUÍ: una comparación de vuestro profesor.
AQUÍ: un partido entre Dionisos y Apolo (una reflexión sobre los modos de jugar de Rafa Nadal y Federer).


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